Aitor Francesena (Zarautz, 1970) se acaba de proclamar campeón del mundo de surf en La Jolla, San Diego (California). Es ciego, no cree en el talento y ha corrido mucho para verlo todo.
¿A qué se dedicaban sus padres?
Mi padre era tornero y mi madre trabajaba en una fábrica de conservas. No concebían el hecho de que hiciese surf porque era un deporte de riesgo. Yo de niño ya había perdido un ojo. Así que hacía surf a escondidas.
Al final no pudieron con usted.
Porque me puse a hacer tablas. Las primeras parecían submarinos de lo que pesaban. Pasé de tener prohibido a hacer surf a convertirse en algo fundamental en mi familia: comíamos según las mareas y mis abuelos del caserío me llevaban y traían las tablas. Y aquellos aldeanos que nunca bajaban a la playa, que le tenían pavor al mar, conocían y trataban la tabla con un mimo de la leche, mejor que cualquiera.
Usted tiene talento.
No, qué voy a tener.
¿Qué tiene entonces?
No creo en el talento. El talento es producto del trabajo. Un ejemplo: dos niños bajan a hacer surf y uno, con menos horas, lo hace mejor que el otro. Podría decirse que tiene más talento, ¿verdad? Pero el verano anterior los dos estuvieron en la playa, y uno de ellos jugaba con la arena y el otro miraba el mar. ¿Quién tiene el don?
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